lunes, 27 de septiembre de 2010

literatura indigena


Literatura indígena

Después de 500 años, desde la irrupción de la cultura occidental en América, las lenguas indígenas muestran, no sólo su capacidad de resistencia a negarse a desaparecer, sino otros conceptos, otras formas de mirar lo cotidiano y lo sagrado; otras formas de maravillarnos de la riqueza de nuestros idiomas. Para quienes aún persisten en negar nuestra validez cultural, los pueblos indígenas no tenemos cultura, sino folclor; no tenemos arte sino artesanía; no tenemos literatura, sino sólo mitos y leyendas orales. Dicho criterio discriminatorio niega el estatuto de literatura a los relatos, canciones, poemas o fábulas indígenas y los nombran -por la obligación de nombrarlos de alguna manera- como mitos y leyendas a pesar que a nadie se le ocurriría llamar mito, pese a su evidente contenido mítico, a obras literarias como las tragedias clásicas griegas, los poemas homéricos, árabes y chinos ni a parte de la literatura moderna que se ha denominado "realismo mágico" (Ejemplo Harry Potter) o "real maravilloso". La literatura puede ser oral o escrita. La literatura oral, étnica o indígena es literatura. La crítica erudita y la lingüística contemporánea han admitido y demostrado ese carácter. Las características de la literatura oral primigenia, aparte de ser oral o hablada, es ser pública, anónima, colectiva, por lo que es dinámica, cambiante, actualizada -pero fundida con la tradición- y de múltiples versiones. El narrador cuenta y actúa al mismo tiempo, mientras el público se deja seducir, celebra, protesta y se emociona con la ficción. La literatura indígena escrita es la creación individual o colectiva que se recrea, se piensa y se estructura a partir de los elementos estilísticos y patrones culturales de nuestro pueblo.

Después de 500 años, desde la irrupción de la cultura occidental en América, las lenguas indígenas muestran, no sólo su capacidad de resistencia a negarse a desaparecer, sino otros conceptos, otras formas de mirar lo cotidiano y lo sagrado; otras formas de maravillarnos de la riqueza de nuestros idiomas. Para quienes aún persisten en negar nuestra validez cultural, los pueblos indígenas no tenemos cultura, sino folclor; no tenemos arte sino artesanía; no tenemos literatura, sino sólo mitos y leyendas orales. Dicho criterio discriminatorio niega el estatuto de literatura a los relatos, canciones, poemas o fábulas indígenas y los nombran -por la obligación de nombrarlos de alguna manera- como mitos y leyendas a pesar que a nadie se le ocurriría llamar mito, pese a su evidente contenido mítico, a obras literarias como las tragedias clásicas griegas, los poemas homéricos, árabes y chinos ni a parte de la literatura moderna que se ha denominado "realismo mágico" (Ejemplo Harry Potter) o "real maravilloso". La literatura puede ser oral o escrita. La literatura oral, étnica o indígena es literatura. La crítica erudita y la lingüística contemporánea han admitido y demostrado ese carácter. Las características de la literatura oral primigenia, aparte de ser oral o hablada, es ser pública, anónima, colectiva, por lo que es dinámica, cambiante, actualizada -pero fundida con la tradición- y de múltiples versiones. El narrador cuenta y actúa al mismo tiempo, mientras el público se deja seducir, celebra, protesta y se emociona con la ficción. La literatura indígena escrita es la creación individual o colectiva que se recrea, se piensa y se estructura a partir de los elementos estilísticos y patrones culturales de nuestro pueblo.

Ciro Alegría

Sartimbamba, 4 de noviembre de 1909[2] - m. Chaclacayo, 17 de febrero de 1967) fue un escritor, político y periodista peruano. Es uno de los máximos representantes de la narrativa indigenista, marcada por la creciente conciencia sobre el problema de la opresión indígena y por el afán de dar a conocer esta situación, cuyas obras representativas son las llamadas “novelas de la tierra”. En ese sentido es autor de las siguientes novelas: La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1939) y El mundo es ancho y ajeno (1941), siendo esta última su obra cumbre y la novela capital de la literatura hispanoamericana, que ha tenido innumerables ediciones y traducciones a muchos idiomas.

Al margen de sus méritos literarios, se le recuerda por su calidad humana y su bonhomía,[3] salpicada de un humor muy peculiar. Hijo de hacendados ricos y blancos, él se consideraba un cholo serrano, ya que nació en la sierra y convivió durante sus primeros años con indios y cholos, peones y empleados de los inmensos latifundios pertenecientes a su familia. De ese recuerdo de su infancia y de los relatos que oyó entonces n

acieron sus grandes novelas indigenistas. De sus padres recibió una educación liberal, que contrastaba con aquel ambiente en que creció.